otra vez siete de octubre, aciago día
martilleándome el alma, golpeándome las sienes
con la misma rabia antigua, destilando la impotencia
que genera la certeza de la batalla perdida
nunca el paso de los años logrará borrar tu ausencia,
desdibujar un ápice el brillo de tu mirada,
jamás caerá en el olvido esa sonrisa inocente
o el candor y la dulzura que emanaba de tu voz
sigues aquí, sempiterno, exhalando tu ternura,
alimentando recuerdos, alentándome a vivir,
imaginando momentos que nunca tendrán lugar,
desdeñando la amargura de perderme tu presencia
vives en mí, querubín, acurrucado en mi pecho,
mis latidos una nana, mi corazón tu lecho,
cada día y cada noche, mientras mi aliento permita
que te arrope en el recuerdo, con el calor de mi amor