Añoro aquellos diciembres felices
antes de convertirse en el mes de las ausencias,
cuando la Navidad olía a musgo del belén
y el abeto en el salón lucía sus galas de fiesta
cuando el mágico ritual desplegaba sus alas,
colores, brillos y luces llenaban cada rincón,
se respiraba armonía, regocijo y alegría
y la música latía dentro de mi corazón
amaba rememorar cada recuerdo de mi infancia,
transmitirle a mi retoño, intactas, mis ilusiones,
saborear con el turrón dulces e intensas emociones
entonando villancicos de arraigada tradición
con cada uva una mirada y mil deseos compartidos,
pactos sellados con un brindis, propósitos renovados,
una carta manuscrita para los Magos de Oriente,
unos ojos infantiles brillantes e ilusionados
siento ahora tan lejanos los juegos de Nochebuena,
mandarinas a los postres, higos, pasas, polvorones
campanadas entre risas, juntos ocho corazones
apiñados a la mesa, calor de hogar en la cena
los zapatos relucientes para la noche de Reyes,
los regalos colocados con sus nombres en las sillas,
las historias de mi padre sobre cascos de camellos
que por bendita inocencia me creía a pies juntillas
gira el árbol de la vida y va perdiendo sus ramas,
una etapa empuja a otra, se suceden los recuerdos
atesoramos momentos con las personas amadas,
pinceladas de nostalgia, atrapadas en el tiempo